La Ionosfera es una capa de la atmósfera que se extiende entre los 80 km y los 700 km de altura. Debido a su baja densidad y a la fuerte radiación solar que la atraviesa en forma de luz ultravioleta está fuertemente ionizada, es decir, muchos átomos han perdido uno o varios electrones de sus capas externas. Una de las consecuencias de esto es que la temperatura de la atmósfera a estas alturas pude llegar a ser de hasta 1.500º K.

Por otro lado, la EEI orbita la Tierra a una altura media de unos 360 km.
Aparentemente eso haría que la temperatura fuera un grave problema para la Estación y sus ocupantes.

Está muy extendido el error de considerar equivalentes la cantidad de calor y la temperatura.

La temperatura es una propiedad intensiva, es decir, que no depende del tamaño de la muestra ni de su densidad ni de su composición. Sin embargo, la cantidad de calor es una propiedad extensiva porque depende del tamaño de la muestra, de su densidad o de composición.

Pongamos un ejemplo clásico para ilustrar esta diferencia.

En muchas recetas de cocina se utiliza el papel de aluminio dentro del horno convencional para proteger los  alimentos del exceso de calor o para facilitar la limpieza posterior. Cuando sacamos el alimento del horno tanto la fuente cerámica o metálica como el papel de aluminio están a la misma temperatura, pero si tocamos la fuente nos quemamos, cosa que no ocurre si tocamos el aluminio. Esto sucede principalmente porque el papel de aluminio es muy fino y, por tanto, tiene muy poco calor almacenado.

Todos sabemos que la cantidad de energía necesaria para calentar un litro de agua es mucho mayor que para calentar un litro de aire, por ejemplo. Y no digamos cuando ese aire es tan poco denso como el que hay en la Ionosfera.

Esto significa que la muy tenue atmosfera que rodea a la EEI tiene muy poca energía calorífica que transferir a la Estación por lo que no representa un peligro para esta.

Podría argumentarse que ese calor se puede acumular con el tiempo pero hay que tener en cuenta la energía que, en forma de radiación infrarroja, devuelven al espacio las superficies externas de la Estación, sobre todo cuando, en su órbita de 90 minutos,  la mitad del tiempo está en la zona nocturna.