Informe de observación

Las últimas lluvias habían dejado el carril aún más pedregoso. Los surcos que el agua, en su discurrir pendiente abajo, había trazado en la albariza, hacían traquetear mi coche en su  ascenso hasta la viña: cantos y guijarros durante cuatrocientos metros hacia adelante y veinticinco de desnivel.

Cuando los faros iluminaron los árboles que ocultaban la mole de la casa de campo, giré a la izquierda para entrar en su amplio patio. Recordé que Miguel estaría haciendo fotos y puse las luces de posición. Es una costumbre que nos viene de los tiempos de la fotografía química, cuando el reflejo de la luz de un coche llegando podía arruinar una hora de paciente seguimiento manual, una hora de esforzado manejo simultáneo, a dos manos, de los mandos de ascensión recta y de declinación para mantener a una estrella esquiva en el centro de la cruceta del ocular. Aunque ya no empleamos esos métodos rudimentarios, apagar los faros sigue siendo una de las reglas de etiqueta astronómica que primero te enseñan.

Paro al borde de la viña y mi coche hace el cuarto de los aparcados. Salgo y saludo. Brota la camaradería esperada. Le escuché una vez a alguien que un amigo es aquel con quien haces cosas. Me gustó la simple naturalidad de la definición. Seguramente es verdad lo de que los amigos se conocen en las adversidades, pero no menos lo es que el cariño lo hace el roce. Y es mucho lo que llevo rozado (entiéndaseme) con las tres personas que allí me esperaban: Lito, Miguel y Ali. Los reconocí primero por las voces y luego por lo poco que de sus rasgos podía distinguirse. Mientras saludo, miro arriba y, satisfecho, les digo: “está bastante bien el cielo esta noche”. Es lo que importa. A mirarlo es a lo que venimos.

Busco el mejor sitio para plantar el telescopio. Quiero tener un sur despejado y, como tenemos la casa precisamente en esa dirección, me retiro de ella tanto como puedo. Aun así, el tejado me queda a unos quince grados de altura, pero no pierdo gran cosa con ello; el horizonte sur está perdido de todas formas: la misma luz que, con cargo a los presupuestos del Ministerio del Interior, refrena las ansias de libertad de los presos de los penales del Puerto, nos tiñe de amarillo el firmamento en dirección a Rota. Ciudad que, por cierto, también nos hace bien la pascua con su alumbrado público. Como sucede en casi todas las poblaciones, más de la mitad de la energía lumínica que pagamos todos los contribuyentes se desperdicia enviándola hacia arriba.

Luego, idas y venidas al maletero del coche: mesa de camping (inolvidable el rótulo en portugués de su caja original: mesa para piqueniques -pronúnciese «piqniqsh»-); silla de planchar elevada a la categoría de astronómica; maletín que, creyéndose nacido para contener herramientas, acabó albergando material óptico; batería de siete miliamperios a la hora y, coronándolo todo, telescopio refractor computarizado ETX-70 AT designed in California pero made in China. Todo del Lidl. Sí, el telescopio, también. SI el departamento de marketing de la cadena alemana conociera de verdad el alcance de la valiosísima oferta de valor que están dirigiendo a la comunidad de astrónomos aficionados españoles, con seguridad propondrían a la dirección la apertura de una nueva línea de negocio: AstroLidl, GmbH o algo por el estilo (lo de GmbH, sepan ustedes, es la abreviatura nada menos que de Gesellschaft mit beschränkter Haftung. Si su grado de conocimiento de la lengua de Goethe es parejo al mío, péguenlo en Google y este les dirá que esta expresión neogótica quiere decir “sociedad con responsabilidad limitada”, o sea, el equivalente a nuestra S.L. Me disculparán la digresión filológico-jurídica, pero los que me conocen saben que me resulta imposible reprimirme).

Veinte minutos después, con el equipo montado y felizmente puesto en estación, comienza la fiesta.

Comienzo, al norte, por Cassiopeia (también disimularán ustedes que nombre las constelaciones en latín; es que, si no, la astronomía no me gusta tanto): la constelación ha comenzado su descenso hacia el horizonte, tomando forma de sigma (tal que así: Σ) y hay dos o tres cúmulos abiertos que quiero observar antes de que baje demasiado y se convierta en una W (ya ven, de noble letra griega a vulgar carácter bárbaro en sólo unas horas: hasta en el firmamento, sic transit gloria mundi).

Vistos los cúmulos de Cassiopeia, me vuelvo al sur para Canis Major y Puppis. Esta zona de la Vía Láctea es esplendorosa en un cielo verdaderamente oscuro. En este otro, aun iluminado por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias y por el cabildo de la Villa de Rota, sigue mereciendo ser contemplada. M41 y M47 son cúmulos estelares grandes y brillantes: excelentes para los 17 aumentos que da el ETX con un ocular de 20 milímetros. Sin embargo, una idea cruza nuestros cerebros: si colocamos el ocular Ethos  de 13 milímetros y 100 grados de campo aparente (Miguel es su orgulloso propietario), tendremos mayor campo, y además con 27 aumentos. El único riesgo es que estamos sustituyendo un ocular de menos de 100 gramos por otro de cerca de medio kilo en un telescopio que no se distingue por su solidez. Hago un rápido análisis riesgo / beneficio y decido jugármela. Acierto. La montura altazimutal del ETX aguanta bien el peso, y el panorama a través del ocular es como asomarse a la ventana del Halcón Milenario: centenares de estrellas pululan por un campo de visión que llena toda la capacidad de la pupila.

Con este equipo, busco NGC 1981, un bonito cúmulo que tuvo la mala suerte de caer justo al lado del más observado de los objetos del espacio profundo: M42, la Gran Nebulosa de Orión. Por este motivo, nadie repara en él. Y es comprensible, porque, estando los dos en el mismo campo de visión, cuesta no desviar la vista hacia la nebulosa. Aun así, el cúmulo hace lo suyo por que el espectáculo global sea aún más fascinante, como el coro que acompaña a la diva.

Tras este, nos dejamos los ojos tratando de divisar NGC 2158, un cúmulo lejano situado a la orilla de M35. Aun con el Ethos delante del experimentado ojo de Lito, resulta ser demasiado para el ETX. Le juramos venganza para cuando volvamos con un aparato de más calibre y, ya que estamos aquí, nos regodeamos contemplando cómo las estrellas se arraciman en las entrañas de M35.

La una sería cuando el brillo de las estrellas vistas a través del telescopio comenzó a debilitarse. Normal: estamos sólo a once kilómetros del Atlántico y la penetrante humedad se condensa en las lentes. Sólo el envidiable telescopio Takahashi de Miguel, con su extenso tubo antihumedad, aguanta el tipo. Lito le coloca el calentador eléctrico a su ETX y espera a que se desempañe. Yo me limito a apuntar el tubo hacia abajo. Ali, con más sentido común, opta por una honrosa retirada.

Como hace falta algo más que vapor de agua en el ambiente para amilanarme, agarro el láser y me dispongo a identificar constelaciones. Me centro en Cancer (sin acento: es latín), esa constelación que no hay quien vea. En verdad, sus estrellas son realmente débiles. Aun así, con la ayuda del programa StarMap Pro instalado en mi iPhone (cuyo autor Dios bendiga), distinguimos sus estrellas principales: α Cancri o Acubens (del árabe Az-Zubana: pinza), Asellus Borealis y Asellus Australis (en latín, el Burrito del Norte y el Burrito del Sur; parece el título de un cuento) y Altarf. El cúmulo del Pesebre destaca a simple vista en el centro de la constelación y, tres grados al norte de este, cercano al cénit, el fulgor rojo del fiero Marte se cierne sobre nuestras cabezas. El límite visible lo encontramos en χ Cancri, con magnitud 5.1; nada mal para un cielo no precisamente limpio de contaminación lumínica. La humedad, desde luego, no restaba transparencia al cielo. Animado por ello, busco otra constelación complicada: Sextans, que se encuentra entre Hydra y Leo. Su estrella alfa tiene magnitud cuatro y medio, y su beta, cinco; como para verla. Se la señalo con el láser a Lito y a Miguel y les pongo el examen. Catean (yo, desde luego, habría sacado un cero de no tener el iPhone), pero se alegran de aprender dónde está.

Pasa el tiempo. Los equipos chorrean, pero el calentador de Lito cumple su función. Amablamente me lo presta y en unos minutos también mi ETX vuelve a servir. Pero, ya se sabe; cuando no es una cosa, es otra: las nubes altas que el servicio de meteorología de la Agrupación Astronómica Magallanes (o sea, Lito) había anunciado acuden puntualmente a su cita. Afortunadamente, nunca llegan a cubrir el cielo en su totalidad, dejándonos huecos por los que seguir atacando.

Como la labor de desempañado ha hecho que el telescopio pierda el seguimiento, y volver a ponerlo en estación me da pereza, decido apuntar a mano. Un ojito rápido a las Pléyades (siempre merecen un minuto de contemplación) para pasar a los cúmulos de Auriga. M36, M37 y M38 son tres salpicones de estrellas sobre el fondo de la Vía Láctea, muy distintos entre sí (Lito los diferencia de memoria), pero siempre espléndidos al telescopio. De Auriga me dirijo hacia Perseus buscando la asociación de α Persei y, por el camino, me encuentro con un cúmulo. Les pongo el examen a Lito y a Miguel con la desfachatez de no conocer la respuesta. Por ponerlos en el aprieto. Lito, que sabe que lo que está viendo está en Perseo y que el catálogo Messier sólo contiene un cúmulo en esa constelación, se la juega y dice que es M34. Aunque estoy seguro de que no se equivoca, lo compruebo en el iPhone. Vaya. El maestro ha fallado: M34 está al oeste de Perseo, mientras que el objeto al que estamos apuntando se encuentra al este. Busco en el mapa y el candidato resulta ser NGC 1528, un cúmulo abierto muy brillante (magnitud 6,4) y casi tan grande como la Luna llena. A un grado y cuarto le acompaña otro cúmulo ligeramente más brillante (magnitud 6,2), pero más pequeño (18 minutos de arco, frente a los 24 del anterior), dentro del cual logramos ver un simpático asterismo de tres estrellas formando un triángulo isósceles de dos minutos por uno.

Pasadas las dos, y viendo que la Osa Mayor (mis instintos me piden que la llame Ursa Maior, pero, estas alturas, me apiadaré del lector) estaba ya muy alta, localicé a ojo las estrellas que forman “los tres saltos de la gacela”, como las llamaban los antiguos árabes. Son los tres pares de estrellas denominados Alula, Tania y Talitha, nombres árabes que aluden al primero, segundo y tercer salto. Dentro de cada par, cada estrella se distingue por el “apellido” de australis o borealis. Entre “los tres saltos” y Leo, se encuentra la débil constelación de Leo Minor, que fue el último examen de la noche a mis compañeros. Me los volví a cargar y quedaron encantados de aprendérsela.

Sin movernos de la Osa Mayor, con la ayuda del mapa le apunté a Lito con el láser el lugar donde se suponía que estaban las galaxias M81 y M82. Las encontró al momento y cerramos la noche contemplando cómo gravitaban juntas en el mismo campo de visión del telescopio.

No olvidaré mencionar que Miguel estuvo realizando esforzadas pruebas astrofotográficas con su Takahashi y su Canon 500D, con unos resultados a la vez encomiables y esperanzadores, teniendo en cuenta que no realizó seguimiento alguno. Además, es de reseñar la entereza con que soportó las aceradas críticas, no siempre constructivas, del arriba firmante (¿Tirarle a Marte con ISO 12.800? ¿Se te ha ido la cabeza?).